Distribuido en zonas rayadas, estrategia célebre que organiza capítulos cerrados a presión. En túneles cuadrangulares y en madrigueras bajo tierra se estudia la biografía del alambre de púa. Inevitable: carne surcada por silencios, respiraciones, secretos dichos a medias, violencias, soles amarillo patito. Irrespirables incendios verdes encierran la casa de marfil mientras una catequista de dientes triangulares y ojos de cloro practica una variante desexualizada del canibalismo sobre sus alumnos regordetes. El campo sombrío con sus campesinos de gala, sus vacas taciturnas y sus lechuzas con ojos de burócratas, espía a las ciudades somnolientas que edificaron hace siglos barones del plástico, literatos seriales, asesinos de diamantes, zares afrodisíacos. Al parecer está por empezar el éxodo transhistórico y la anulación de la adición biológica. Mientras nos preparamos, un suicida musulmán juega al poker con un agente del Pentágono entre vómitos de petróleo, astillas de griales y lírica tercermundista. Recuento rápido: el blanco espeso de un hongo atómico con su confitura de muertos, los abanicos que nos ayudan a respirar en el calor alucinatorio del verano, la masturbación pausada de una contadora sueca. Un tipo de anteojos se acerca y me explica que cuando pasamos de lo mítico a lo histórico el mito se resuelve en pesadilla. Me ejemplifica con Moby Dick y no sé con qué más. “¿Pero qué pasaría después de la historia?” me pregunta, escupiéndome por el entusiasmo. Yo no alcanzo a armar en mi cabeza una respuesta coherente. Cierro la boca y miro la puerta negra. Detrás está la noche, y el viento insomne que recorre la noche, y la lisura mineral del cielo con su papilla de estrellas. Carne cercada por silencios, soles amarillo patito, perpetuidades no perpetuas, violencias, soledad. Eso creo que viene después de la historia. Lo otro sería bajar el picaporte
martes, 9 de marzo de 2010
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